Son la 1.15h de la madrugada. Suena el WhatsApp. Al otro lado del chat una madre desesperada me dice que su hijo se marchó de casa en pleno confinamiento en busca de una sustancia de la cual es adicto. Trato de tranquilizarla, diciéndole que yo le localizaré y qué intentaré convencerlo para que regrese. En mi trabajo procuro tener siempre los teléfonos de contacto de los “colegas” de los chavales a los que trato. Les pongo a todos en alerta y me brindan su ayuda. Enseguida se ponen manos a la obra y lo localizan en un piso okupa. Me aseguran que está bien y que no me preocupe que a la mañana siguiente se vuelve para su domicilio. Chateo con su madre para aplacar su inquietud y me da las gracias en repetidas ocasiones. Son las 5,40h. Intento pegar una cabezada, pero no soy capaz. Mi cabeza sigue dando vueltas, hastiado de ver tanto dolor, tanto sufrimiento y tanta angustia.
A las 12.45h el chico ya ha llegado a casa y se encuentra en un estado aceptable. Aconsejo que lo deje descansar y que cuando esté recuperado hablaré con él acerca de comenzar su deshabituación.
Le recomiendo que practique deporte. Tengo la fortuna de que en su casa tiene un saco de boxeo. Perfecto! A su progenitora le sugiero que le insinúe realizar cambios en su habitación, que la pinte, que mueva muebles, que se centre en el trabajo físico y que se ponga en contacto con un psiquiatra para que a través de la medicación aminore los ataques de ansiedad que la van a provocar el síndrome de abstinencia, entre otros problemas.
Llevamos así tres semanas. Su madre entregada a la causa. El chaval no sale, hace deporte en casa, toma la medicación, descansa y lo más importante, tiene ganas de salir del “puto” infierno en el que estaba metido. Un crack.
No se puede cantar victoria. Es una lucha constante y casi permanente, pero esto tiene buena pinta.
¿Lo más grande?, que tanto él como su madre me tienen a su lado, a cualquier hora, en cualquier momento, algo que para mí es de vital importancia porque les aporta sosiego y serenidad.
Todo este trabajo, debido a las circunstancias, lo estoy haciendo a distancia. Me he tenido que trasladar a mi tierra, Galicia y ellos están en Madrid. ¡¡¡¡Colosal!!!!.
¿Cuántos chavales estarán en la misma situación?.
Mi trabajo está lleno de angustia, de desconsuelo, de tormento y de aflicción, pero merece la pena pasar por todo ello si soy capaz de salvar una sola vida.