Mi trabajo me permite ver con objetividad y ciertas dosis de cabreo e indignación, cómo cada vez son más los adolescentes que se les expulsa del sistema por el simple hecho de no ser brillantes en los estudios, o porque su comportamiento no es el estipulado en los Colegios o Institutos como el más apropiado para una convivencia adecuada.
Estos chavales tienen derecho a tener una oportunidad en la vida, que les aleje de situaciones de riesgo y puedan sentir satisfacción y agrado.
Me dirijo principalmente a los profesores/as de Instituto (no a todos, por supuesto):
- Estáis dando las clases, curso tras curso, de la misma manera (eso aburre hasta al más pintado)
- Las aulas las tenéis como hace cuarenta años, la misma disposición y casi los mismos pupitres.
- No soléis trabajar en equipo.
- Muchos equipos directivos son eso, “muchos”, pero nada de equipos ni de directivos.
- Para dirigir un centro hace falta un líder, no un tío/a gris que ve pasar el tiempo por la ventana de su despacho o queriendo complacer a todos.
- En lugar de utilizar los recreos para tomar los bocadillos, cafés, e incluso tomarse una caña, sí, dije caña, pero con alcohol, deberíais, de vez en cuando, hablar con los chavales más difíciles y complicados. Os lo agradecerían enormemente y sería una excelente manera de ser un referente para ellos.
- Descubrir la clase de talento que tienen para poder animarlos y utilizar esa herramienta para inculcar contenidos.
- Sé que algunos alumnos os faltan al respeto, pero no es menos cierto que muchos de vosotros también lo hacéis con ellos, os creéis sus jefes y no lo sois.
- Ser más benevolentes, afables y, yo diría, que hasta caritativos.
- Dejar de hacer estupideces como los exámenes sorpresa, suspender por una décima o castigar sin justicia ni equidad.
- Dedicar tiempo a hablar del sida, la violencia de género, las drogas, la tolerancia, etc., y no siempre incrustando en sus cerebros, únicamente contenidos. Estáis haciendo con ellos lo que no os gustaba cuando teníais su edad.
- Quererlos, sí, quererlos, están faltos de afectividad, darles un abrazo, ponerles la mano en el hombro. No es tan difícil. Yo llevo treinta años haciéndolo y siempre me ha funcionado.
- Intentar ser mejores, más humildes. Demostrarles que estáis en el Instituto para acompañarlos, para transmitir conocimientos, pero también para ayudarles cuando se sientan afligidos, tristes y abatidos.
Lo cierto es que para modificar todo lo que estáis haciendo mal, se necesita mucha vocación, mucho tiempo y grandes dosis de paciencia, algo que para muchos de vosotros es impensable.
Os animo a que reflexionéis y cambiéis las cosas. Ellos os lo agradecerán y vosotros os sentiréis mucho mejor.
Cuando yo me quede sin trabajo será porque estáis cumpliendo con vuestra obligación, y las familias con la suya, que también son culpables de situaciones no deseadas.