Cuando un padre o una madre sospecha que su hij@ consume drogas, es muy difícil de afrontar y de asumir una situación completamente nueva y dolorosa.

Con frecuencia suele brotar en los progenitores un sentimiento de culpabilidad difícil de manejar, si no es con la ayuda de un profesional.

En todos los casos que yo he tratado, las preguntas son siempre las mismas, “¿Qué hemos hecho mal?”, “¿Por qué a nosotros?”, o ¿En qué hemos fallado?.

Todas estas cuestiones no tienen una respuesta fácil y comprensible. De repente todo cambia, todo se vuelve angustioso, se entra en una zona donde la alarma es continua y constante, donde cada gesto, postura o actitud es motivo de sospecha.

He vivido a lo largo de los años cómo la angustia, la ansiedad y el desconsuelo eran tan habituales como aterradores para los padres.

No hay culpas ni culpables. Llegado ese momento no es cuestión de reproches, críticas o recriminaciones. Una madre me decía en una ocasión, “ha entrado el diablo en mi casa”. Después de empezar a trabajar con su hijo y de mentalizarla para lo que se avecinaba, me comentó “estoy dispuesta con tu ayuda a expulsar al demonio de mi vida”.

No hay una solución fácil y duradera. El mejor remedio es la prevención. Cuidar los pequeños detalles desde que los chicos son muy pequeños es fundamental. “Establecer límites”, esencial. “Interiorizar la palabra NO”, vital.

El camino ante este tipo de problemáticas debe de recorrerse de la mano de un profesional que impida que vuestras vidas se conviertan en un auténtico calvario. Lo he vivido en infinidad de ocasiones.

Si queréis, yo os brindo la mía.