La carta
4 febrero, 2019
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La mayor satisfacción que puedo tener en mi profesión es cuando consigo alejar a un chaval del fango donde se ha metido, o cuando logro que dos personas que no se entienden, sean capaces de razonar y arreglar sus discrepancias.

Hoy me toca decir que, a pesar de la dureza de mi trabajo, cuando una madre te manifiesta de manera tan abierta y sincera su agradecimiento, ese momento, es cuando me doy cuenta de que estoy en el camino correcto. Tengo que decir, claro está, que, sin la entrega y dedicación de ella, me hubiera sido imposible la recuperación de su hijo.

Debo de confesar que, al recibir la misiva que os dejo más abajo y la cual quiero compartir con vosotros, me he emocionado y mucho. La sensibilidad también forma parte de mi cometido.

Eternamente agradecido.

“Esta mañana, Manuel, me he levantado después de haber pasado una noche profundamente dormida a pesar de que mi hijo no estaba en casa.

A las personas que puedan leer estas letras les puede parecer una estupidez, pero solo tú y yo sabemos de lo que hablo porque tú me has enseñado a confiar en mi hijo y el camino no ha sido nada fácil.

Una mañana te levantas y descubres que no reconoces a tu hijo. No le reconoces porque el “monstruo” que tienes delante no entraba en tus planes, no en tu casa.

Pensaba que tenía una familia maravillosa: un padre y una madre que se llevan bien, con un trabajo estable y exitoso y dos maravillosos hijos muy buscados y deseados. Nada podría destruir esa estabilidad, esa burbuja que habíamos fabricado a nuestro alrededor.

Los problemas de convivencia, comportamientos agresivos y juegos con la droga no entraban en los planes para nuestros hijos, lo estábamos haciendo bien, todo estaba controlado, nada se podía torcer, esas cosas les pasaban a “otros”.

Pero un día te levantas y no reconoces a tu hijo y, como bien dices tú, te preguntas por qué te pasan a ti estas cosas, qué has hecho para merecerlo si te has pasado la vida velando por su bienestar, acompañándole todas las tardes en sus tareas, educándole desde la cercanía, en valores, compartiendo momentos bonitos…En definitiva, todo lo que se supone que unos padres deben hacer para que sus hijos sean buenas personas.

La familia se desestabiliza y la casa se convierte en un infierno. Cualquier movimiento en falso hace estallar la “bomba” que mi hijo lleva dentro. Llegar a casa del trabajo todas las tardes se convertía en una tortura. Meter la llave en la cerradura y comenzar el infierno convertía mi hogar, mi refugio, en el peor sitio al que llegar.

Y de repente, te encuentras sola, casi sin fuerzas para enfrentarte a una situación completamente desconocida para alguien que, además, se dedica a la educación y empieza a preguntarse qué ha hecho mal no solo como madre, también como educadora.

Te encuentras registrando la habitación de tu hijo, su teléfono (si, he invadido la intimidad de mi hijo porque su seguridad estaba por encima de todo lo demás, no tengo ningún problema por reconocerlo) y te encuentras con cosas que desconoces y que nunca pensaste que te ibas a encontrar porque en el fondo sigues pensando que todo es un sueño, fruto de tu imaginación y que no está pasando realmente.

Gracias a Dios, la vida te cruzó en mi camino, Manuel.

Tú, Manuel, has estado a mi lado para acompañarme cada vez que me he caído en un oscuro pozo del que pensaba no iba a salir jamás.

Tú, Manuel, me has llamado día tras día, hora tras hora aconsejándome, acompañándome, levantándome y enseñándome, porque si hay algo bueno que he sacado de esta situación es que he aprendido que lo más importante es hacer que nuestros hijos, mis alumnos, se sientan queridos por lo que son, por cómo son, no por cómo queremos nosotros que sean.

Tú, Manuel, me has cogido de la mano y me has guiado en el camino como si fueras una linterna que poco a poco te va sacando de la oscuridad.

Tú y yo, Manuel, hemos hecho un buen equipo.

Mi hijo ha pasado de odiarme, amenazarme, robarme, romper todo lo que se le ponía por delante…a decirme que soy lo mejor que tiene en su vida, que sin mi no hubiera sido capaz de salir de la oscuridad donde se había metido. Me ha dado las gracias por perdonarle una, una y una vez más. Me dice “te quiero” todos los días, me abraza, me mima y estos pequeños gestos hacen que se me olviden las noches sin dormir, los ataques de ansiedad, el miedo…

Por fin he comprendido que mi hijo no era un “monstruo”.

Por fin he comprendido que mi hijo estaba pasando por un infierno peor que el mío porque no hay nada peor que sentirte insignificante, poco valorado, sin rumbo.

¿Quién ha provocado esta situación? No es momento de culparse, de culpar a nadie porque ya no pienso mirar hacia atrás para nada.

Mi vista está puesta en el futuro de mi hijo, en acompañarle en su búsqueda y levantarle cada vez que se vuelva a caer porque mi recompensa es sentir que el vínculo que he establecido con mi hijo, pocas madres lo tienen. La pena es haber tenido que pasar por un infierno para ello.

Por todo ello, GRACIAS DE TODO CORAZÓN, MANUEL.

Una madre agradecida

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