Adrián, 18 años, estudiante universitario y deportista desde su edad más temprana.

Adrián es uno de los muchos chavales que han optado por llevar una vida alejada de los circuitos insanos que rodean a muchos de nuestros jóvenes.

Le han inculcado los valores y aportaciones que conlleva la práctica deportiva. Su madre se ha desvivido para que esto fuera así y no ha cejado en trabajar, a veces, en condiciones poco halagüeñas y desfavorables. Ha acompañado siempre a su hijo para que éste se sintiera arropado y querido.

Este chaval tan joven ha tenido y tiene que lidiar con la presión del grupo que, de manera constante e insistente, le conminan a unirse a unas costumbres que a todas luces tendrán repercusiones físicas y psíquicas que es harto complicado evaluar porque dependen de innumerables factores que tendrían que ser motivo de estudio y evaluación.

Adrián y su familia están demostrando que forman parte de ese club exclusivo destinado a cambiar los hábitos de vida de unos jóvenes y sus progenitores que piensan que lo normal es lo insano, lo nocivo y lo “que hacen todos”. No. Todos no lo hacen, y aunque así fuera, las familias deben de educar y proteger a sus hijos frente a la insensatez de permitir que sus vástagos se adecuen y asienten en ambientes proclives y tendentes a iniciar el camino hacia el aniquilamiento personal, a través del consumo de alcohol, tabaco y otras drogas.

Adrián y otros muchos jóvenes como él son un ejemplo de aguante, de firmeza, de paciencia y entereza. Son los verdaderos héroes de una sociedad enferma y corrompida, en muchas ocasiones por la transigencia, consentimiento y permisividad.

Desde aquí quiero y deseo dar voz a este tipo de chavales y familias que han iniciado un camino lleno de espinas, pero a la vez, cargado de certidumbres y evidencias que les conducirá a un futuro desprovisto de agresiones, insultos y ruina familiar.

No estáis solos.