Nos han sumergido en una sociedad impersonal, carente de afectos y escasa o nula empatía.
Los hijos se han convertido en enemigos de sus padres y viceversa. Los lamentos son continuos, los reproches, constantes, y la batalla se percibe larga y dolorosa por ambas partes.
Nuestros hijos necesitan que les toquemos, si, toquemos, y no precisamente “los huevos”. Necesitan que les abracemos, que les besemos, que verbalicemos palabras tan importantes como: “te quiero”, “me importas”. La conjunción de estos dos factores, uno físico y el otro expresado mediante la palabra, crea vínculos firmes y robustos que permiten navegar en un mar en calma, aunque aparezcan esporádicamente turbulencias que se irán desvaneciendo si hemos sido capaces de comprender que el ciclo de nuestros hijos no consiste en lo que nosotros deseamos o esperamos de ellos, sino que estriba en acompañarlos a lo largo del camino que ellos hayan elegido. Si fallamos, lo pagaremos. Y lo más grave, perderemos etapas de su desarrollo que jamás podremos recuperar.
Manu Torres