En mi puta vida saldré de esto
26 marzo, 2019
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Estas fueron las primeras palabras que me dirigió, en nuestro primer encuentro.

Varón, 16 años, sin escolarizar, agresivo, consumidor de porros y otras sustancias que lo estaban convirtiendo en una especie de despojo humano carente de cualquier mínimo sentido del razonamiento y con la única argumentación de que “yo controlo” o “mis padres no me entienden” o “esta vida es una puta mierda”.

En todas mis actuaciones con este tipo de chavales es fundamental la primera fase, la de la aceptación por su parte de mi presencia en su vida. Tenía que ser conocedor de que, en adelante, iba a tener a una persona a su lado que le acompañaría en los momentos más difíciles y comprometidos, sin apenas horario, con dedicación. Lo importante era darle seguridad.

Una vez que me vio como uno más en el parque, que defendía sus intereses en el instituto o colegio, que mediaba entre sus padres y él, comenzaría la segunda fase, la confianza. Aquí es donde empezaba a interiorizar todo aquello que le sugería e incluso, en ocasiones, imponía.

Trazamos juntos un plan de actuación para disminuir el consumo de drogas hasta llegar a su completa exclusión. Muchas horas y sesiones explicando los gravísimos perjuicios del consumo y los excelentes beneficios de su supresión y eliminación.

El siguiente paso fue trabajar para cambiar el chip en su cerebro, que funcionara de una manera diferente, revertir el pensamiento. Necesitaba tener ocupado su tiempo en actividades gratificantes y saludables. Lo llevé a un gimnasio y empezó a ir de manera regular. Cada día se sentía mejor, especial y distinto a los que habían sido sus colegas de barrio o parque. Tenía fe en mi y era conocedor de que  estaba entregándome en cuerpo y alma a su recuperación.

En otros casos suelo utilizar deportes de grupo, dependiendo de las características de cada chico.

El último paso y definitivo, ofrecerle un proyecto de futuro para su vida. Algo que también diseñamos juntos.

Después de muchas conversaciones en un banco de un parque cualquiera, de cualquier ciudad, me dice que le gustaría ser cocinero. Y continuó cogido de mi mano, aferrado a mi, sabedor de que la carrera que habíamos iniciado estaba llegando a su fin. Un desenlace feliz y cargado de esperanza. Esperanza de ver a muchos otros adolescentes seguir este mismo ejemplo.

Atrás quedaron discusiones, agresiones, desalientos, desesperanzas, abatimientos y tristezas. Sus padres siguieron todas mis indicaciones al pie de la letra. ¿La más importante?, la paciencia.

¡Ah, se me olvidaba! En la actualidad trabaja de cocinero en un restaurante de una ciudad cualquiera.

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1 comment

  1. Paciencia, paciencia, paciencia.
    Fácil decirlo, complicado llevarlo a cabo…pero la recompensa, merece la pena.
    Lo malo se olvida rápido y lo bueno sabe mejor cuando cuesta conseguirlo.
    Deseando que llegue ese momento.

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